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Laguna La Verde

Laguna La Verde

Nadia Mellebovsky nadiamelle17@gmail.com

Viajar a Santa Fe es una experiencia muy introspectiva, en especial si se disfruta un buen mate, se escucha folclore y se aprecia un paisaje verde continuo que hace que la vista se pierda en el horizonte, entre campos sembrados, maquinarias, silos, animales, pero sobre todo muy poca gente a la vista y un largo trayecto por recorrer de 678 km desde la Capital Federal hasta el destino, la laguna La Verde, un lugar turístico en el que viven de forma permanente menos de 10 personas. Don Torres vive allí con su nieto, hace casi cinco años sin luz, pero se siente a gusto con la vida que tiene.

mi vida son estos pagos que defienden los chajaces, que oscurecen los biguaces y aroma el jacarandá

Salir de Buenos Aires puede ser muy tedioso por el tránsito en los principales accesos a la ciudad, pero una vez en la ruta la tranquilidad de saber que se está en camino es suficiente, mucho falta por recorrer. En auto se demoran siete horas promedio haciendo una sola parada para cargar combustible y estirar las piernas. Hay dos grandes ciudades que atraviesan el plan de viaje, por ruta 9 se llega a la primera que es Rosario a casi 300 km de la Ciudad de Buenos Aires y unos 172 km después está Santa Fe capital a la que se accede por la Autopista Provincial 01. El último tramo de viaje se articula con la ruta nacional 11, la ruta provincial 4 y la ruta provincial 2 y a medida que se continúa, muy cerca unos de otros, los carteles indican los nombres de los pueblos agrícolas ganaderos que caracterizan la actividad de la región, pero ninguno es el de La Verde.

Al pasar por San Cristobal, la ciudad cabeza de departamento, ya se tiene la idea de estar llegando, pero todavía hay que pasar por Santurce, La Cabral y Huanqueros. Este último pueblo, ubicado en el km 235 de la ruta provincial 2 ya es parte del final del recorrido, en tanto los solo 5 km que lo separan del acceso a la laguna La Verde indican lo que alguna vez supo ser un solo territorio. Al llegar hay dos pinos y un cartel despintado y oxidado a la izquierda de la ruta que indican el acceso pavimentado a La Verde.

Hay un gran universo simbólico sobre la vida rural, más precisamente, sobre lo que acontece en el quehacer de aquellos que viven en el campo y que sienten propio e insustituible ese entorno. Algunas personas viajan por trabajo, y ahí permanecen sabiendo que en su pueblo o en su ciudad natal alguien los espera, pero hay otros que transitan su vida en un mismo lugar y que no cambiarían por ningún otro en el mundo, aun sabiendo que afuera hay más, sienten que están donde quieren estar y nada más importa, así lo cree don Torres.

La representación que las personas de la ciudad suelen hacerse sobre lo que es vivir en el campo puede coincidir en numerosos aspectos con la realidad, no obstante hay algo en ese sentirse a gusto con la vida que tiene el trabajador rural que está fuertemente condicionado por las circunstancias particulares que atraviesa; hay una fuerte impronta feudalista que pareciera no haber caducado con el paso del tiempo, que hace ver a las personas que conforman la comunidad rural que su vida es esa, ahí, como determinada de una vez y para siempre. No son labores sencillas las de los hombres y mujeres del campo, y los tiempos no se calculan en horas de trabajo si no en tareas específicas que demandan todo el día o gran parte de él. Esos trabajadores hacen lo que saben hacer, porque es lo que les enseñaron desde niños y es lo que se hace y lo que se seguirá haciendo, se transmite generacionalmente con orgullo.

Muchos trabajadores viajan y conocen otras realidades que les amplían la mirada, pero hay algo que convoca, que actúa como una fuerza de atracción que hace que aun cuando las condiciones de permanencia impliquen carencias no importara demasiado, sobre todo en personas de edad avanzada que ya transcurrieron las instancias de mayores sacrificios para constituirse y tener lo que tienen.

Don Torres es un hombre de 65 años que poco habla pero mucho expresa con su sonrisa constante y su temple inmutable. Cuando se acerca saluda con un fuerte apretón de manos a algunos y a otros con doble beso en las mejillas, es muy cálido y respetuoso. Casi siempre está a caballo por las calles de tierra, seguido de algunos de sus perros y si volvió de la escuela vespertina que funciona en Huanqueros lo acompaña Franco, su nieto de 9 años. Sus tareas no son ya las de un peón rural, desde que se jubiló forzosamente por el último de sus patrones vive con su nieto en este lugar encantador, ya lleva casi 5 años sin priorizar la electricidad sino “tener el espacio necesario para criar animales y estar tranquilo” como el expresa. Para entender lo particular de Omar, su nombre de pila que pocos conocen, solo alcanza con hacer un listado de todas las cualidades que se crea que pueda tener una buena persona, porque cualquiera de los rasgos que enaltecen a los seres humanos desde la teoría él las personifica a rajatabla.

Su casa es muy simple, se la compró en su momento a un hombre que vivía solo y así la conserva, allí vivió junto a Franco y con su esposa, fallecida hace casi dos años súbitamente. A unos casi cien metros de la entrada desde la ruta se cruzan las vías del ferrocarril Belgrano Cargas y a la izquierda está el camino de tierra que comunica con la histórica estancia La Kitty, y que sigue hasta Huanqueros. Después de transitar unos 200 metros está el acceso a esta casa del lado derecho por un angosto sendero de tierra y pastos altos que apenas dejan ver algo de la fachada, en frente queda el monte tupido. El resto de las viviendas que se fueron construyendo, el camping y la laguna quedan más alejadas, hay que continuar por la entrada asfaltada principal, dejando atrás la casa de don Torres por unos cuantos metros, son muy cortas las distancias, pero es significativo lo apartado que vive este ser humano del resto.


Acceso a La Verde

Casa de OmarTorres

Al ingresar por las calles de tierra, cuarteadas por el sol, se advierte el sonido simbiótico de la vegetación y la fauna propias del lugar. Si se eleva la vista se aprecia la inmensidad del cielo entre copas de árboles que se presentan dispersos o agrupados, según por donde se circule, como paraíso, algarrobo, quebracho, ñandubay, lapachos, y de modo más notorio sobresalen los cactus indicando la falta de lluvias que padece esta región. Don Torres cuenta con cierta preocupación “si no llueve traigo de unos tanques que hay allá en el campo, de unos tachos lecheros, de esos grandes que hay en Las Avispas. Cuando no llueve se pone feo, estamos sin agua, a veces pasan muchas semanas que no cae una gota, o meses, se pone dura la mano”.

Sobrevuelan a distintas alturas coloridos y simpáticos cardenales, picaflores, zorzales, pirinchos, charatas, gavilanes, calandrias, loros. No obstante, lo que predomina en esta región es la gran cantidad de insectos, sobre todo mosquitos, tábanos, avispas y vinchucas, cuyo tamaño es significativamente mayor a lo esperable, como salidos de una historia de ciencia ficción. Torres recorre la zona en su caballo rodeado de jejenes sin perder por un instante la calma, muestra de la fuerte ligazón que tiene con el medio en el que vive, los insectos lo acompañan en su andar, no lo perturban, no le inquietan, sino que tiene una convivencia armónica con la naturaleza.

Si se advierte que a tan solo unos metros aguarda silenciosa la laguna como un gran espejo de agua escondido, a cuyo alrededor gira todo el encanto del conjunto, se comprende cómo La Verde puede destacarse y ser considerada patrimonio natural provincial. Se estima que la laguna tiene 700 hectáreas de superficie y su profundidad máxima es de unos 7 metros, no obstante su innegable belleza y su singularidad, como la única laguna de los alrededores que posee su propia vertiente, se vio afectada por las sequías a lo largo de la historia que hicieron que en varias ocasiones se secara y modificara indefectiblemente su vegetación acuática.

Hasta acá llegaron los Abipones siglos atrás, primitivos habitantes de la región que a pesar de ser nómades y guerreros supieron reconocer la riqueza natural de la laguna y radicarse en busca de abundante caza y pesca. Esta actividad resulta hoy en día ser el principal atractivo de quienes la visitan, desde pueblos cercanos hasta ciudades más distantes, todos los turistas coinciden en que su geografía es de lo más propicia para desarrollar la actividad y compartir tiempo de calidad en familia. La Verde cuenta con un Club de Caza y Pesca, fundado en 1955, que organiza torneos y competencias a lo largo del año. Entre la variedad de peces que se pueden encontrar se destacan bagres, moncholos, sábalos, mojarritas y dientudos principalmente.

Resulta ser de gran interés para muchos santafesinos adquirir, en este afamado balneario, terrenos para luego construir casas de fin de semana con el criterio de reunir a la familia para comer picadas y hacer asados, y según la estación del año darse un baño refrescante en las aguas de la laguna y tomar unos mates en sus orillas. En la calle lindera a la costanera se encuentran aún vestigios de las actividades alfareras de los Abipones, en particular se observan muy cerca unos de otros restos de tres hornos que utilizaron estos nativos para coser sus vasijas.

La costanera, principalmente durante los meses de primavera y verano, se llena de visitantes que acceden con sus autos o camionetas, y los más afortunados traen sus lanchas y cuatriciclos para pasar el día al aire libre. Algunos se quedan durante los fines de semana en el Camping Municipal, ubicado en el extremo norte de la laguna, cuya panorámica es estratégica y cuenta con servicios de parrillas y baños públicos. Otros perciben más atractiva la propuesta de muchos propietarios de alquilar una casa o una cabaña para pasar la temporada. La más convocante de las celebraciones locales resulta ser la Fiesta de la Laguna, que se celebra cada enero y a la que asisten multitudes de personas de todos los pueblos de la región y autoridades de la Comuna en representación.

Omar Torres es el hombre más representativo de La Verde, no es quien más tiempo lleva viviendo en el lugar pero sí el que más estuvo dispuesto a ceder por elegirlo. Romper los vínculos familiares, desligarse de los prejuicios sociales del pueblito (como él llama a Huanqueros) por preferir la soledad de lo inhóspito a la comunidad del pueblo, reafirmarse como hombre de campo al que ni las sequías ni la falta de electricidad lo desalientan, reconocer un lugar como propio independientemente de sus carencias; todo parece haberlo fortalecido en tan corto tiempo junto a una innegable trayectoria personal que forjó su personalidad, podría decirse curtida por la vida misma.

El único almacén abierto todos los días del año es atendido por Garrote, un ex policía que vive hace veinte años en La Verde y hace ocho que puso el negocio, un polirrubro que subsiste durante los días de semana vendiendo fiado a sus clientes, entre quienes se encuentran no sólo aquellos que viven a diario como Omar sino también trabajadores de los campos aledaños y de las obras del Ferrocarril que disponen de un rato de descanso y hacen su paso por la laguna para tomar un porrón y comer algo al paso, o bien comida que Garrote les prepara a pedido. Su familia vive en San Cristobal y cada viernes a la noche se va con su vehículo a buscar a su esposa e hijo para que lo acompañen y ayuden durante sábado y domingo en la atención del público, también tiene su emprendimiento de habitaciones en alquiler para pescadores y visitantes. Como él mismo expresa “en la semana no hay nadie, somos cuatro los que vivimos todos los días acá, lo lindo que es, los beneficios que vos tenés es por la tanquilidad que uno tiene. Vos te acostás a las diez, once o doce de la noche y te despertás a la mañana y te cansás de dormir, no escuchás un ruido de moto, de auto, nada, nadie te molesta, te despiertan los pájaros, las Charatas, es una belleza, te enloquecen, son hermosos”.

Cuando se busca evocar con el pensamiento como habrá sido esta tierra se evidencia que hay algo que trasciende lo temporal, que prevalece, y que es tan importante como la laguna, la circunda y no deja de crecer por doquier, es el monte. Por donde se ubique la mirada de quien transita el lugar se advierte que lo que predomina imponente e indeterminado es un monte de árboles añejos y tupidos, algunos afectados por la acción de los vientos o del fuego, otros más florecidos, entre los cuales abundan los pastos así como las cortaderas y los espartillos y habitan gran cantidad de fauna salvaje y autóctona conformada por pumas, gatos monteses, cuises, hurones, lauchas, ratas, tatús, zorrillos, vizcachas, liebres, zorros, culebras, yararás, arañas, alacranes, iguanas, ranas, sapos, por nombrar solo los más característicos y predominantes. Es sabido que hay víboras pero muy distinto es apartarla del camino o darle un golpe seco con una rama, como reiteradas veces debió hacer Torres para evitar una picadura, con la seguridad y firmeza propias de una persona que sabe lo que está haciendo.

Los colegios de los pueblos cercanos organizan para los chicos de 11 a 13 años los campamentos juveniles, acompañados por maestros y profesores. Aparte de acampar destinan una noche a efectuar juegos nocturnos adentrados en el monte, con todos los riesgos que suponen dadas sus características, pero hasta la fecha no se registraron accidentes de ningún tipo, sino variadas anécdotas que fomentan las leyendas que existen y que se transmiten generacionalmente entre quienes conocen La Verde.

Muchos lotes perduran vírgenes, intactos, frente a la laguna hay una gran extensión que los vecinos reconocen como propiedad privada de un empresario de San Cristobal. Otros lotes que conforman la zona de monte están actualmente expropiados por el Banco Nación ante la falta de pago de impuestos municipales de sus dueños. Lo cierto es que mucho espacio natural se reconvirtió con los años para dar forma a lo que hoy en día atrae a los turistas a invertir económicamente en estas tierras. Cada vez más familias se interesan por hacer de La Verde su morada de descanso de fin de semana, su punto de encuentro, su destino vacacional; aun así solo unas cuatro personas la habitan a diario unidas por la convicción de su elección, ninguno de ellos nacido en esta tierra de estirpe indígena.

Don Torres nació en un pueblo cercano denominado Gallareta, donde se crió y pasó su infancia y parte de su adolescencia. La necesidad familiar lo llevó a trabajar desde entonces en el campo hasta su jubilación. Casado y con hijos grandes que hicieron sus propios recorridos, Omar decidió hace ya 5 años asentarse en La Verde de forma definitiva, a pesar de tener la alternativa de vivir cerca del resto de su familia en Huanqueros, él y su compañera de vida priorizaron en aquel entonces la tranquilidad y la belleza de los alrededores de la laguna, y con sacrificio compraron su vivienda pensando en concretar su proyecto de vida rodeados de vegetación y de animales. A ellos se sumaría su nieto Franco.

Omar enviudó hace dos años, evocar su propia historia lo hace enmudecer, es que lleva latentes los recuerdos de un pasado reciente que le es muy difícil verbalizar desligado de lo emocional. Sin embargo no está solo, es un hombre muy querido y apoyado por la comunidad, todos lo aprecian y le dan su confianza, tanto para compartir una comida cuando llegan, o tomar una cerveza con Garrote, o darle trabajos de cuidado y mantenimiento de sus propiedades en su ausencia. Todos saben cuáles son sus atributos así como sus limitaciones.

Entre los quehaceres cotidianos de Omar están las tareas propias del cuidado de sus animales, se dedica durante gran parte del día a la cría de algunos terneros, chanchos, pavos, gallinas, chivos, ovejas, patos, para luego venderlos o bien carnear por pedidos. Comparte en la puerta de su amigo Garrote, sentados en una mesa de piedra y tomando un porrón, cómo es un día suyo “yo siempre me estoy levantando a las 6 con este tiempo lindo, si no a las 5, porque hay que atender a los bichos. En el invierno es más fresco para hacer cualquier cosa, lo que sí siempre me acuesto temprano. Los animales los vendo por la zona, se vende mucho según la temporada, si no no es fácil venderlo porque no viene casi gente, acá somos 4 y la gente va y viene, no queda nadie”.

Pero también hace tareas por encargos de aquellos dueños de las viviendas que vienen esporádicamente y precisan que corte el pasto, arregle un alambrado, cambie un poste, riegue las plantas o simplemente de una mirada. Hay una valoración consensuada en torno a su singular experiencia de vida y a cómo procede en sus actos siendo fiel a sus costumbres y principios.

A pesar de tan importante joya hidrográfica que constituye la laguna, el agua de la región tiene elevado contenido salino y no es potable en general. Por ese motivo los pobladores instalan en sus casas tanques de agua, uno para recolectar el agua de lluvia y luego potabilizar para su consumo, otro tanque es para extraer agua salada de pozo que se utiliza para descarga de los sanitarios. La dificultad radica ante la ausencia prolongada de precipitaciones, que genera la falta de agua en los hogares y obliga a las autoridades a proveer a las personas de agua potable, regulada, dispuesta en grandes tanques en los principales pueblos, pero La Verde no dispone de esa ayuda. Omar da cuenta cuando se expresa de una mezcla de habito y de resignación “yo tomo agua de lluvia porque el agua potable ¿vos sabés que me hace mal?, no, yo agua de lluvia nada más, el agua es buena, va, que se yo, uno está acostumbrado”.

Otro de los servicios que hay en La Verde es el de gas, al que se accede por medio de garrafas para consumo personal en cada hogar, no muy diferente a la mayoría de las viviendas de las provincias del interior del país.

El caso de la electricidad merece especial atención. La EPE es la empresa provincial de la energía de Santa Fe, que distribuye la electricidad en toda la provincia. En La Verde y en muchos otros pueblos hay problemas de distribución, en tanto las instalaciones y los cableados son muy viejos y evidencian la falta de planificación e inversión de las empresas y el mal desempeño del Estado en el control de éstas. La dispersión de los pobladores en las zonas más rurales, donde no hay concentración de viviendas sino que unas estás alejadas de otras por cientos de metros, impide que la red de tendido eléctrico llegue a todos los hogares por igual.

Don Torres fue parte de la tarea burocrática que implica hacer los trámites y posteriores reclamos para ser tenido en cuenta por la EPE y no ser olvidado. Cuando agotó la vía legal para tratar de resolver su desabastecimiento finalmente desistió de semejante destrato, se vio obligado a carecer de electricidad por casi cinco años, es decir, desde su llegada a la laguna, con todas las implicancias para su vida cotidiana que eso le trajo aparejado, como el gasto exacerbado en hielo para refrescar la bebida y refrigerar los alimentos, el padecimiento excesivo de calor tras las altas temperaturas de los veranos, que suelen ser muy prolongados en Santa Fe por cierto, así como privarse de disponer de electrodomésticos de uso común que tanta falta le hicieron durante todos estos años. Su amigo Garrote recuerda que “aunque ahora tiene todo, por eso le cambió la vida un cien por ciento, antes él me decía que iba a la laguna a bañarse, ¿sabés lo que es eso para un ser humano, que humillación que es?”.

Norma es una de las vecinas promotoras del cambio radical en la vida de este hombre. De manera generosa y desinteresada se comprometió a ayudarlo económicamente a adquirir paneles solares, asesorada por su electricista de confianza extendió su ayuda a Omar sin dudar ni por un instante de que esa era la única posibilidad de paliar las necesidades acarreadas por la falta de energía, explica “vos sabés, no se le corta nunca la luz, hasta 7 días u ocho sin sol dura. Decir que ahora tiene heladera, era un tema, recién hace unos meses le empecé a dar la llave del galpón para que guarde en una heladera de más que traje porque él me había pedido. Antes usaba farol a gas para alumbrar cuando oscurecía, ¿sabés lo que es eso? Es el día y la noche, y lo importante es que no gasta, no paga un peso”.

Se debe ser muy buen observador para percatarse de que don Torres tiene colocados en su techo los paneles solares, asistido por una batería que resguarda fuera de la casa pero bajo llave, como le sugirieron que hiciera. Si bien Omar quedó comprometido a saldar su deuda todos los meses con el electricista y con aquellos que contribuyeron económicamente a solventar semejante inversión, es indudable la ventaja de disponer de una fuente de energía natural e inagotable, gracias a un sistema de paneles que captan la energía del sol y la distribuyen de modo que no contamina el ambiente. Ahora tiene en su hogar heladera, freezer, dos ventiladores, y una computadora que su nieto usa para recreación y para las tareas escolares. “Antes no era nada fácil, calculá, se vivía mal. Ahora cambió totalmente, todos me dicen qué bien, acá y en el pueblito…el changuito está contento. ..sabés las visitas que voy a tener ahora, yo no tengo maldad con nadie, acá todos me quieren, soy amigo de todos mejor dicho, de los años que estoy no tengo nada que decir” dice don Omar emocionado.

A pesar de tan exultante belleza natural hay necesidades por cumplir y hacer de una región tan significativa para la provincia por su valor histórico, geográfico, social, cultural, un verdadero orgullo y expresión de compromiso con el medio y con su gente. Quienes se sienten parte de La Verde coinciden en sus miradas sobre lo que estaría siendo necesario cumplimentar por parte de las autoridades. Se sabe que no fueron apropiadas las tareas de saneamiento de las vertientes. Tampoco se observa la pavimentación de las calles con ripio, que en su mayoría son de tierra y no soportan las inclemencias climáticas extremas. El monte no tiene separación adecuada respecto al sector mayormente construido de casas, con los riesgos de intromisión de animales altamente peligrosos. Faltan luminarias en la costanera y en los accesos. Escasean las cunetas. Los controles policiales por patrullajes no se hacen sino en temporada de verano. No hay una sala de primeros auxilios que asista aunque sea los días de mayor concurrencia de gente durante fines de semana y feriados. La recolección de basura se hace solo los martes y si llueve no pasan por dos semanas. Al ser tan pocas personas viviendo de forma permanente no hay una comisión vecinal que eleve estos reclamos con voz y voto en la comuna de Huanqueros donde serían evidenciadas, no obstante es un patrimonio invaluable y debiera ser puesto en consideración por el potencial que tiene para el distrito y por reconocimiento de una identidad propia e históricamente consolidada.

Resulta intrigante develar a qué se debe el nombre que tiene este lugar, tal vez no haya un solo motivo que pueda explicarlo. Hay suposiciones que giran en torno al color de los campos, otras versiones lo atribuyen a la originaria tonalidad de las aguas de la laguna, y una última postura remite a un fuerte que supo ser construido en épocas de luchas entre colonizadores y nativos. Lo que resulta del imaginario colectivo no sería suficiente como para albergar tantas miradas subjetivas posadas sobre un encanto de tierra, al que hombres como Omar Torres consideran su lugar en el mundo y, lejos de todo egoísmo, lo comparten cálidamente con sus visitantes. La Verde es todo lo que quiera ser, con sus virtudes y sus defectos, merece la pena vivirla para comprobar el embrujo de su naturaleza.


Atardecer en la laguna

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