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Pequeñas desmesuras

Una idea aparece flotando en plena fiesta, aunque uno pueda tardar en captar en su totalidad de dónde viene, de qué se trata, por qué lo hace sentir a uno entre abrumado y abatido. Era una fiesta de cumpleaños infantil, pero de fondo llegaba hasta este cronista el sonido de un monstruo alimentándose y creciendo demasiado.

Hechos de lentejuelas plásticas de mercería, un tapiz plateado de pared a pared y un biombo disfrazado de castillo violeta y celeste reflejaban las luces del sofocante salón de usos múltiples. Al ser un subsuelo, el techo estaba muy cerca de las cabezas de casi todos los asistentes. Les niñes, porque esto era a fin de cuentas un cumpleaños infantil, parecían no notarlo, pues su atención estaba completamente enfocada en un simulacro de coronación de Ana y Elsa, las hermanas estrella de Frozen, encarnadas por las mellizas cumpleañeras, Sofía y Valentina de flamantes 4 añitos. La ceremonia estaba conducida por otras dos Ana y Elsa ya mayores, a quienes asistía como voz cantante (literalmente) otra princesa indefinible e inafinable, y consistía en el acto de invitarlas a cada una a sentarse en un trono mientras todes les invitades, conformando una suerte de corte con vestidos de cotillón repartidos especialmente para la ceremonia.

Podría molestar a alguno un poco la asimetría de coronar reina y princesa a dos hermanas mellizas, aunque qué podría importar a ellas y a sus invitades esto, o la abrumadora cantidad de canciones (19, para ser exactos) que después de las tres horas de cumpleaños que nos había conducido hasta la coronación, canciones de Frozen, sí, pero también de clásicos infantiles en clave mitad rockera mitad edulcorada a cargo de otro dúo, el reparto de elementos de disfraz o las dos tortas de las que se extraía una Barbie después de soplar la velita, el techo a diez centímetros de nuestras cabezas todo ese tiempo mientras presenciábamos esa suerte de muestra de fin de año de una escuela de comedia musical. Pero no era nada de eso en particular sino que todo era demasiado. Y quizás no solo eso sino que la idea de que algo del orden de la desmesura está extendiéndose como plaga en el universo infantil.

Porque ya no hay cumpleaños que no tengan un tema aunque esto está bien, dentro de todo. Pero no hay tema que no requiera de un protagonista y en la exageración del tema del protagonista del cumpleaños es que la desmesura crece y crece. De hecho, que los temas traten de personajes de una realeza, ya de por sí símbolo de la acumulación excesiva de poderes, o de superhéroes, con sus respectivos superpoderes, abona el terreno de la hiperestimulación de los sentidos de les niñes. ¿Son elles o los padres y madres los que lo necesitan?

“Cuando organizás un cumpleaños tenés que pensar en qué le gusta a tu hija y no tanto en qué te gusta a vos” dice Karen. Ella organizó, una semana después de aquel opresivo festejo subterráneo, el cumpleaños de su hija, con Rapunzel como tema. Nuevamente vino la princesa en persona en el momento más álgido de la fiesta a cantar la canción de la película en-un-inglés-de-mierda, nuevamente hubo durante el festejo dos animadoras también cantantes. Y todo, pero todo en ese cumpleaños, era amarillo y violeta, salvo los sánguches de miga (flojitos los de jamón y huevo, decentes los de tomate y queso), que en compensación eran miles. Cada invitade se llevaba como souvenir un disfraz de cotillón, como la semana anterior. Los niños uno de vaquero y las niñas el vestido de Rapunzel. En este cumpleaños hubo juegos en los que participaban los padres de la niña, después les tíes, después les mejores amigues de sus progenitores, después fue el turno de abuelita y abuelito, y así. En todos ellos el centro era la cumpleañera y también era ella la destinataria de los premios. Porque aparentemente la idea general es que le agasajade sea protagonista. No solo de una actividad en particular sino que viva la experiencia del protagonismo superestelar. “Yo a Sofi le pregunto qué tema quiere para su cumple, y le haría de lo que sea que ella quiera, por más que sea complicado o caro. Tratamos de que ella se sienta contenta y haga felices a sus amigas”, sostiene Karen. “Pero no nos planteamos hacer una fiesta sin tema porque todas las fiestas tienen, me hace pensar que se sentiría mal si no tuviera”. Algo similar pasa con Federico, papá de un chico de 5 que tuvo este año por primera vez su cumple en un pelotero. “Fuimos a principios de año al cumple de un compañero del colegio que lo hizo en el Museo de los niños, en el Abasto. La comida era de McDonalds, jugaban a comprar en el supermercado, a hacer las hamburguesas del Mac. Después de eso, nos daba no sé qué hacerle de vuelta el cumple en casa”. En el pelotero les pintaron a todes, pero al cumpleañero le hicieron una máscara especial, lo disfrazaron de Batman a él sólo y hasta un Batman de tamaño real se le apareció al momento de las velitas. ¿Fan de Batman el nene? “No, venía con el salón”.

Otro cumpleaños, el de Vicente, parecía mucho más relajado. Al menos no había ni reinas ni reyes, ni bandides ni superhéroes. En el patio de una linda casa en Olivos, les niñes jugaban libremente y hasta un dúo medio payasesco vino a hacer un show de magia y piruetas bastante chistosas. La fe en los padres organizando cumpleaños parecía poder restaurarse, hasta que apareció el catering, más propio de un casamiento que de un cumpleaños para niños. Sánguches de crudo y rúcula, de leberwurst y pepino, pollo con tomate y albahaca, roquefort, fosforitos extra azucarados, mini empanadas de verdura… Pocos niños comieron de ese menú y celebraron con avidez la llegada de la torta. “Pedimos el catering más variado que hubiera porque hay entre los padres varios vegetarianos y mi esposa tiene hermanas grandes” dice Nico, el papá, por el cual pagó más de un sueldo mínimo, vital y móvil. El mismísimo cumpleañero apenas si tocó algún sanguchito, por lo que exigió comer sus galletitas de siempre. El resto de los niños lo siguió y así mi hija terminó comiendo una bolsa de Don Satur y yo no tuve la más mínima necesidad de cenar. Nico siguió comiendo empanaditas hasta cuatro días después del cumpleaños.

Querer deslumbrar al otro desde el catering es más común, hay que decirlo, en festejos donde hay más padres y madres de compañerites del jardín y ya no tanto de los más familiares y esto puede también dar lugar a otras experiencias, como en cumpleaños de Delfina En una coqueta y muy moderna casa en Villa Ortúzar nos recibieron, nos invitaron a quitarnos el calzado y a pasar a un amplio salón donde se servían algunas verduras crudas como sticks de zanahoria o apio cortados con destreza japonesa o pastelitos de brócoli, palta o choclo y aunque todo era una delicia (recuerdo ahora unas galletas de avena y semillitas de algo) entre todos les adultes tardamos casi dos horas en cambiar de tema, casi obligados a elogiar las particularidades del festejo.

Hay algo que excede lo innecesario en los festejos infantiles y esto es algo nuevo. Pamela, empleada en un local de la cadena de salones infantiles “El show del Mono” dice que “hace 5 años había una sola sucursal y casi que regalábamos el salón si festejabas un día fuera de semana. Hoy hay 10 sucursales y de miércoles a domingo están todas ocupadas por un mes.” También la cantidad de servicios que prestan ha cambiado drásticamente. En un principio era un pelotero y dos animadores coordinaban los espacios de juego en caso de querer el “servicio completo”. Hoy por hoy desligan totalmente a los padres de la responsabilidad y, como dicen en su página web, “tomamos conciencia de una actualidad en la cual el tiempo es escaso y rige todas nuestras actividades, por lo tanto en ‘El Show del Mono’ hacemos nuestro trabajo ofreciendo un servicio íntegro, sin lugar a detalles. Así, nuestros clientes confían en nosotros delegando la completa organización de su fiesta” y hasta cuentan hasta con un servicios adaptados como el “autism-friendly” y lo hacen por un promedio de $8000.

Y si con cada cumpleaños se superexcitan los egos de cada pequeñín que se ve en la emocionante llegada de su aniversario, ¿cómo se sale de este atolladero?

Bueno, no se puede saber cómo se sale, pero seguro que podemos ver cómo se entra. Hay empresas de catering que arman el menú de los festejos de baby showers con los antojos que tuvo la mamá durante los últimos meses por unos $3500.

Marina fue, pero no la pasó bien. “Aunque nunca había ido a uno ya sabía que los odiaba y no hice más que confirmarlo. Me sentí sometida a juegos bastante ridículos como cambiar un pañal a ciegas. Por otra parte, sólo éramos mujeres las invitadas, como si las labores de cuidado de un bebé fueran exclusivamente femeninas. Me espantó más allá de mis prejuicios.” Es notable, de todos modos, que en general para todas las personas que entrevisté, denostar el baby shower como festejo está mucho más permitido, aún en las que tuvieron uno, porque siempre les fue organizado y nunca, aparentemente, solicitado. Es, sin dudas, la porción más vergonzosa de este monstruo de infantilidad que estamos legando a las generaciones futuras.

Pero hay aún un espacio donde estas perversiones exageradas se manifiestan con más intensidad. El nacimiento de una nueva prima para mis hijes fue excusa para que la reciente madre invitara a mi esposa y a les niñes a una sesión de fotos donde pudieran posar les tres junto con sus madres. El universo de la fotografía infantil está plagado también de una simbología de la pureza, de la simpleza y lo bucólico, mas lo forzoso de las poses niega todo aquello. Someter a tres horas de sesión al piberío es más una tortura que un “momento mágico”. "Los bebés te van marcando el ritmo ya que puede resultar que no le guste una pose o no se quiera dormir, pero a veces están tan relajados y dormiditos que se hace más de lo esperado", cuenta la fotógrafa Julia Cabrera sin despeinarse.

Encajar a tres niñes en una canasta de mimbre, en un cajón o hasta en un fuentón de aluminio “rústico” y cubrirlos con mantas, que no pueden ser más que rosas o celestes, habla de una concepción del mundo medieval tanto en la tecnología como en la perspectiva de género. Eso sí, todo con la mejor luz natural y adornos al tono, como vinchitas o coronas.

La investigadora Cecilia Castro sostiene que el mercado contribuye a estas prácticas heteronormativas y de la industria cultural hegemónica al segmentar lo netamente femenino y masculino y también al recrear esta realeza mágica. Es que también estos universos simbólicos son los que se apoyan en la desmesura para construir sentido. Ya no alcanza con el heroísmo entonces se recurre al superheroísmo, o en el caso de las princesas al superprotagonismo. No son les niñes los que alimentan al monstruo de la desmesura con estas decisiones.

Vuelvo al momento de la coronación de las mellizas del que hablaba al comienzo. Las animadoras buscaban entre les invitades a un príncipe para que las corone, pero había solamente dos chicos y ninguno quería ponerse la capa de príncipe que les ofrecían ni asumir el papel. A ninguna de las niñas la invitaron a tomar el rol de príncipe (quizás, como dice Castro a través de sus entrevistados, porque los príncipes “no luchan ni tienen superpoderes”), pero varias de ellas, cuando vieron que ninguno de los niños quería participar, se levantaron a reclamar el lugar.

Serán les niñes los héroes que destruirán al monstruo que nosotros hoy alimentamos. Por poco que hagamos para ello, en elles confiamos.

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