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La Literatura que sale del profesorado

Fernanda llega a la estación de Lanús, mira su reloj y ve que tiene cuarenta minutos, un “huequito”, entre sus múltiples actividades en este jueves frío y gris. Entra a una hamburguesería y cafetería típica del conurbano bonaerense y, con un café en mano, repasa la propuesta para el taller de la tercera edad que coordinará en unos minutos en Monte Chingolo. Su día hoy fue un rompecabezas de actividades. Comenzó dando clases en Lomas de Zamora por la mañana. Por la tarde tuvo una entrevista para tomar más horas en una escuela de Banfield. Pero ahora toma su café, “algo calentito”, que repone un poco su garganta y la “mantiene despierta”, y mira cada cinco minutos su reloj, sabe que ese “huequito pasa volando”.

Paga el café, sale del local, cruza la calle y se toma el 526 con destino a Monte Chingolo. Llega al centro comunitario Crecer luchando, ubicado en Ayacucho 5188, donde da el taller todos los jueves de 19 a 21 hs. Se saluda con Gladys, la dueña del local, quien le cuenta que Mabel no va a venir porque la hija la dejó una vez más al cuidado de su nieto y que el resto supone que van a venir porque “no avisaron nada”. Entran y, mientras acomodan las mesas, dejan el agua calentando para el mate. El espacio, pintado de celeste lavado, tiene el ancho de un garaje, pero es bastante más largo. En él hay cinco mesas largas. Fernanda acomodó sólo dos en el medio de ese ancho pasillo y las otras tres quedaron apiladas a un costado. La casa es chica, pero el corazón es grande dice el refrán, y acá se siente: sillas de plástico apiladas junto a la mesa y más allá una bolsa de box que usan les chiques del turno anterior. Al fondo se ven también apiladas las camas elásticas que usan para las clases de ejercicios aeróbicos y a la derecha de la mesa se encuentra un pizarrón. En el centro comunitario las actividades son muchas y se las ingenian para poder dar todas. Así comenzó en Fernanda la idea de dar su taller ahí, sabiendo que ahí iba a poder.

Pero su propuesta no nacía sólo de su voluntad. Tres años atrás, movida por la necesidad de aprobar una materia, Fernanda empezó a pensar un taller para la tercera edad y eligió su barrio natal como sede de ese espacio. Por entonces estudiaba el profesorado en Lengua y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente N°1 Alicia Moreau de Justo, y cursaba el espacio de prácticas y espacio de deliberación en ámbito no formal, dictado por Mónica Bibbó. Las prácticas se dan en ambos turnos, pero intercaladas: si en turno mañana es en espacios formales, en turno noche es en no formales. De ese modo, Mónica logra que en ambos cuatrimestres se dicten talleres gratuitos a la comunidad.

La materia se dicta en el laboratorio del Alicia, un espacio que como tantos otros de las instituciones públicas han sido descuidados por el Estado y devino en un aula con vitrinas de otro siglo que exhiben desde probetas hasta formas geométricas de plásticos fluorescentes. Ahí, En medio de paredes descascaradas, mal iluminadas, y con persianas que no se pueden levantar, Mónica coordina un grupo de estudiantes que están realizando sus prácticas éste cuatrimestre, un grupo que discute alternativas posibles para que cada encuentro de su taller sea mejor que el anterior.

Mónica cuenta que “la materia cuando empezó, en el 2005, no incluía espacios no formales. Era una materia para preparar a los alumnos para la escuela secundaria. Y la modalidad se llamaba prácticas y espacio de deliberación. En ese momento se pedía que los alumnos dieran una clase y que de esa clase se hablara todo el cuatrimestre”. Se ríe y explica su risa “Por eso se llamaba de deliberación. Después en el 2009 el titulo se amplió a nivel superior y se incluyeron espacios no formales”. Detiene un segundo su relato como quien se debate entre seguir contando o dejarlo ahí, y elige seguir. “Yo siempre sostengo que la práctica del docente tiene que abrirse, no circunscribirse a las aulas de una escuela… y bueno, hay muchas situaciones con lo que se llama el perfil ampliado del egresado del profesorado, hay muchos espacios donde poder desarrollar esto que sabemos y lograr que haya una apropiación de saberes disciplinares no escolares, o escolares pero mediatizados de otro modo, y estos espacios pueden ser cualquier espacio que uno sienta que puede estar cubriendo algún bache o cumpliendo alguna función”.


La ampliación del alcance del título para les egresades del IES N° 1 provocó una ampliación en los espacios de desarrollo de la práctica. Mientras que hasta el 2009 el título habilitaba una salida laboral para el nivel medio sólo se hacían prácticas en secundarios, a partir del cambio se incluyeron talleres no formales y simulacros de clases en materias del profesorado, que son los nuevos espacios en los que une egresade actual puede trabajar. Para ésta materia se trabaja en parejas pedagógicas. Fernanda comenzó el taller para la tercera edad con Fernando, su compañero de cursada. Él siguió un tiempo más, pero por razones económicas tuvo que dejar. Ella sigue, conoce la posibilidad de obtener alguna remuneración por medio de ANSES, pero también conoce las trabas burocráticas que eso supone. Éste año intentó llevar su taller para obtener fondos, pero no llegó a las fechas de cierre de presentación de propuestas y supo que iba a ser un año más de hacerlo por sus vecinos. “Yo tenía muchas ganas hacía tiempo de trabajar en el barrio” cuenta Fernanda, “porque en el barrio donde funciona el taller nació mi papá, mi mamá llegó a los ocho años, y mis abuelos fueron un poco los creadores de ese barrio, de esas migraciones internas. Ellos vinieron de Corrientes y de Paraguay, y entonces a mí me parecía que haber tenido la posibilidad de estudiar implicaba ciertos beneficios que no tiene todo el mundo y que había que devolver un poco de eso al barrio… por ahí es un poco idealista, pero no me parece mal, porque es una población que te vio crecer, de la cual un montón no pudieron y vos pudiste. Entonces, creo que hay que redistribuir el conocimiento un poco. Ese era el objetivo que yo tenía en mi cabeza, por eso lo quería hacer ahí, en ese barrio, y no en otro. Después podemos pensar lo que tiene que ver con la tercera edad, con la memoria, con romper algunas vergüenzas, con que la palabra de ellos sea otra vez valorizada como todo lo que tienen que contar. También tiene mucho que ver con volver a pensar la narración oral, o la oralidad, como una forma de literatura, porque estas personas, la mayoría, hizo hasta tercer o cuarto grado de primaria hace 50 años. Esa fue la primera bajada a la realidad: no íbamos a poder escribir. No iba a poder ser un taller de escritura. Si de lectura, pero más de producción oral”.

Desde el Alicia Moreau de Justo se intenta combatir con la imagen de que la lectura es una práctica solitaria, y que la Literatura es para unes poques. Uno de los objetivos de Mónica es que los conocimientos circulen, “a mi particularmente me interesa más que vayan a lugares donde las personas no tengan acceso a un taller literario. No le quito valor a que quieran hacer un taller con las señoras que toman el té en La Biela, por ejemplo, pero prefiero que vayan a una villa, a una cárcel, a un geriátrico, donde además puedas estar cumpliendo una función social, porque es una práctica social la lectura y la escritura, y poder desarrollarla en espacios donde realmente se lo perderían tal vez. Por eso prefiero esos espacios, y por lo general en esta materia no van a La Biela. En este taller no te lo voy a objetar, pero trato de buscar o propiciar otros lugares”.

De a poco comienzan a llegar les integrantes del taller que da Fernanda en Chingolo. Entran con alegría, ya saludando desde la puerta. Se abrazan al saludarse y se van ubicando alrededor de la mesa. Fernanda comienza la ronda del mate. Sacan sus cuadernos y lapiceras. Hoy está la mitad del grupo, la otra mitad se fue a Brasil con una promoción para jubilados. Las mujeres son mayoría en la mesa. Jorge cuenta que comenzó el taller por “una amable invitación” de su mujer, pero agrega “me encontré con un lugar para poder ser nosotros mismos, ya que por condición de jubilado no tenés muchas cosas para hacer en tu casa y decís bueno voy a ahí y veo en que puedo ayudar, o en que me puedo nutrir, que puedo aprender, o que puedo dar. Después los tópicos que se lanzaron acá me fueron atrayendo más y estamos en eso de que quiero seguir perteneciendo, porque si no estoy es como que me falta”.

El cruce de Fernanda con Mónica en el profesorado generó un espacio en el que la Literatura se convirtió en el motivo y la excusa para juntar a unes vecines que de otro modo quizás no lo hubiesen hecho. Gladys recuerda cuando llegó José: “Monterito un día se plantó acá en la puerta” y señala la puerta como acercándola con sus manos a sus palabras “y me dijo ¿qué es acá? Yo le dije que era un centro comunitario… ¿y hay para mí un lugar porque estoy solo? Le dije que venga al taller y se hizo muy amigo de Jorge”. Un sentimiento similar fue el que trajo a Ángela al taller, mientras unas lágrimas se le escapan de los ojos, cuenta “yo estaba en una situación que estuve mal porque hacía poco que había perdido a mi marido, y vine y me puse acá y a veces lloraba y después se me pasaba. Y después me encontraba ya esperando que sea sábado otra vez, así empezamos. No sé si te sana, pero es una compañía, un lugar en que te sentís bien y cada vez mejor. Se formó una familia. Si un sábado no tenemos me falta, porque me voy llena de acá. Es un lugar donde yo me siento bien hablando así, analfabeta de bruta que soy, como soy”.

.Al finalizar el taller, Fernanda acompaña hasta sus casas a Ángela y Jorge, espera el 526 que tarda en venir, y vuelve a su casa luego de una larga jornada. Su vínculo con Mónica y con el profesorado que la formó se diluyó desde que se recibió, pero gracias a su profesorado conoció a este grupo de jubilades que la espera todas las semanas para reunirse entre ellos y con la Literatura una vez más.

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